El príncipe que se creía un gallo
En cierta ocasión, en un antiguo reino, vivía un joven príncipe al cual, un buen día, se le metió en la cabeza que era un gallo. Su padre el rey, al comienzo, creyó que se trataba de una crisis pasajera; sin embargo, su preocupación apareció cuando vio que al príncipe le dio por quitarse la ropa y los vestidos, a batir los brazos y a lanzar kikirikis como un gallo.
La cosa empeoró cuando el joven príncipe acomodó un nido debajo de la mesa real, en el comedor; y sólo comía los granos de maíz que le echaban en el piso.
El rey se puso muy triste al ver a su hijo en tal estado. Entonces decidió llamar a sus mejores médicos, magos y a quienes hacían milagros…
Todos trataron de entrar al príncipe en razón; intentaron con sus medicinas, la magia, etc; mas nada funcionaba; nada…, que el joven estaba convencido de que era un gallo.
Uno tras otro fueron pasando los médicos, los magos y los milagreros. El rey cayó en una depresión muy profunda, y ya no tenía esperanzas de que alguien fuera capaz de curarle a su hijo aquella extraña enfermedad. Así que ordenó a sus sirvientes que le prohibieran la entrada al palacio a todo curandero o buscador de fortuna; estaba harto ya.
Un día, de repente, un Sabio tocó a la puerta de palacio. El criado más fiel del rey entreabrió la puerta y vio a un anciano de ojos penetrantes que le miraba.
– He oído decir que el hijo del rey se cree que es un gallo, y he venido a convencerle de su error.
El sirviente, antes de cerrar violentamente la puerta, le dijo:
-¡Tantos otros lo han intentado… y todos han fracasado… Márchate!
Al día siguiente el criado oyó cómo llamaban insistentemente a la puerta… Una vez más la entreabrió….
– Tengo un mensaje para el rey; -dijo el Sabio desconocido.
– Deja tu mensaje y lárgate; -dijo el criado.
– Dirás al rey exactamente esto: para que alguien salga del barro, a veces es preciso que alguien se meta en el barro con él.
El criado no tenía la más mínima idea del significado de lo que decía el anciano; pero hizo esperar al Sabio afuera, en la puerta del palacio, y fue a dar el mensaje al rey.
Desplomado en su trono, escuchó el rey el enigmático mensaje: “Para sacar a alguien del barro, es preciso que alguien se meta con él.” ¿Qué significaba eso? Cuanto más lo pensaba, las palabras iban teniendo más sentido. El rey terminó por enderezarse y dijo:
– Que entre ese hombre. Voy a darle una oportunidad.
Ante el estupor general, el Sabio comenzó a despojarse de sus ropas y vestidos. El rey movió la cabeza al ver que delante de él, debajo de la mesa real, había dos hombres completamente desnudos… lanzando ambos varios kikirikis como puros gallos.
Enseguida el joven príncipe le preguntó al anciano:
– ¿Quién tú eres y qué haces aquí?
– ¿No ves -dijo el anciano- que soy un gallo exactamente como tú?
El príncipe estaba feliz de haber encontrado un amigo, y todo el palacio resonó muy pronto con el ruido del batir de sus brazos y sus kikirikis, pero al día siguiente, el Sabio salió de debajo de la mesa, se enderezó y se estiró con muchas ganas.
– ¿Qué haces? -preguntó el príncipe.
– No te preocupes -respondió el Sabio- no por ser gallo estás obligado a vivir debajo de una mesa.
El príncipe admiró la inteligencia de su amigo e hizo como él… y pensó que, efectivamente, era verdad: un gallo podía ponerse de pie, estirarse y no por ello dejar de ser un gallo.
Al día siguiente el Sabio se puso la camisa y los pantalones.
– ¿Te has vuelto loco? -preguntó el príncipe, totalmente sorprendido.
– Es que tenía frío; -dijo el Sabio- Además, no por ser un gallo pueden prohibirte que te pongas ropas de hombre… así y todo sigues siendo un gallo.
Intrigado, el príncipe se puso su ropa.
Luego el Sabio pidió que les fuera servida la comida en las bandejas de oro del rey, y se puso a la mesa con el joven príncipe y, sin darse cuenta, el príncipe empezó a servirse y a comer con muy buen apetito.
Durante ese tiempo, el Sabio le hablaba con gran interés de los asuntos del reino. De pronto, el joven príncipe se puso en pie y exclamó:
– ¿No te das cuenta que somos gallos? ¿Cómo es posible que estemos sentados a la mesa, comiendo y discutiendo como si fuésemos hombres?
-Escucha -contestó el Sabio- ahora te puedo contar un secreto: uno se puede vestir como un hombre, comer como un hombre, hablar como un hombre y seguir siendo gallo.
– Ya veo; -dijo el príncipe.
Y cuentan que a partir de ese momento se comportó como un hombre.
Años más tarde, subió al trono y, bajo su reinado, el país conoció días de gloria y prosperidad. Aunque cuentan, que de vez en cuando se acordaba que era un gallo y, cuando estaba a solas, el ahora rey, lanzaba dos o tres kikirikis a diestra y siniestra.